miércoles, 28 de octubre de 2015

EL OBELISCO

EL OBELISCO

Las campanas golpeaban con gran estruendo en la torre de la catedral, el sol sacudía la nubosidad del cielo que volvía a pintarse de azul con escarcha esparcida como algodón deshecho. La estaba esperando afuera de la iglesia, nunca fui lo suficientemente devoto como para tener el valor de convertirme en uno de sus clérigos, y si no fuera por ella ni siquiera creería en Dios. Vestía un pantalón negro, con mi cinturón sosteniéndolo y una camisa blanca con las mangas enrolladas hacía adentro.
Al tercer campaneo la vi venir dando pequeños saltitos sobre sus tacones blancos, su hermoso vestido amarillo embobado alrededor de las rodillas, con guantes también blancos, una cadena de perlas en su cuello, sus labios pintados de escarlata y una boina de croché <<que le di justo después de volverme locamente enamorado de ella>>
-Te vestiste como para tomar el té con la reina- Exclamé <<Tenía una sonrisa dibujada en mi cara>>
-¿Tal mal me veo?- Respondió extendiendo su mano para que la besara, hizo una reverencia con sus rodillas-
Sujeté su mano y la jalé. Nos fuimos atrás de la catedral del parque central. Ahí estaba estacionado Miguel. Al vernos corretearnos hizo a un lado el periódico y saltó fuera del coche. Abrió la puerta para que Charlotte y yo entráramos.
-Su Padre los está esperando señor- Dijo Miguel mientras movía el coche por la calle frente al café de Paris.
-Tenemos que venir a ahí- Murmuró Charlotte
Pasamos frente al nuevo congreso, y bajamos hasta la Isla. Miguel siguió subiendo entre polvo y el ruido de martillos y serruchos y piedras picándose.
-Su padre está haciendo cosas grandes- Exclamó Miguel-
Bueno- Me encogí de  hombros- eso dicen todos.
Charlotte y yo bajamos del coche, el... con traje Gris y corbata, sosteniendo una pipa en su mano a punto de encender abrió sus brazos.
-Charlotte, hija mía ven y dame un buen abrazo- Exclamó Papá-
Charlotte me observó. Asentí con la cabeza. Sonrió, caminó hasta donde el y cayó en sus brazos.
-Al fin te conozco, Guillermo te tenía muy bien escondida, aunque de mí nada se escapa querida, no se te olvide- Papá sonrió- 
-es un placer conocerlo General Carías- exclamó Charlotte
-el placer es mío hermosa jovencita- Respondió
-¡¡Papá!!- Irrumpí molesto
-Vamos Guillermo, tu madre está esperándonos-
Así que nos fuimos. Ya estaba aburrido de que hablara todo el tiempo del estadio y todo lo que planeaba hacer. Tenía una pregunta que seguía dejándome sin sueño a demás de Charlotte.
Llegamos a Casa. En la entrada vivían de pie dos soldados día y noche custodiándonos las espaldas. Papá tenía algunos asuntos sin concluir y a lo que yo consideraba una completa ironía, el lo venía como la voluntad de Dios. Antes de que yo naciera, papá ya luchaba en contra de los regímenes dictadores del país. Luchó al lado de grandes soldados y participó en las tres guerras civiles que habíamos sufrido en los últimos años en el país. Miles de veces repetía que nosotros éramos los elegidos para mantener el orden en la nación y tenía que asegurarse de eso. Tanto así que llevaba ya 12 ocho años desde que había subido al poder y no parecía querer bajar. Pero eso me importaba un comino.
Mamá abrazó a Charlotte, le dio un beso en la mejilla y nos sentamos en la mesa para comer todos juntos. Papá hablaba de lo emocionado que estaba del estadio que estaba construyendo, Mamá de sus reuniones con otras señoras importantes de Tegucigalpa. Y yo, yo no decía nada. Charlotte estaba tratando de entender mi mundo.
Luego, nos retiramos de la mesa, Papá se encerró en su oficina a leer, Mamá subió a su cuarto con su canasto para costurar y Charlotte y yo salimos al jardín.
Mamá había plantado hermosas rosas, y margaritas y girasoles en el jardín. Siempre había abejas, o mariposas revoloteando sobre las flores y de vez en cuanto uno que otro colibrí sacudiendo sus alas frenéticamente. Nos sentamos sobre el césped recién cortado. Charlotte recostó su cabeza sobre mi pecho.
-¿Debes estar orgulloso de el verdad?- Dijo Charlotte
-Cuando era niño, el y yo salimos de paseo. Fuimos al lago de yojoa, caminamos por la orilla. Me dijo muchas cosas. Dijo que recordaba hacer eso con su padre, que era un momento especial, dijo que me amaba mucho, a mamá. Luego se sentó sobre una roca y yo a su lado.
Me vio fijamente -Hijo, este mundo oculta muchos secretos... estamos llenos de secretos y mentiras- desde luego yo no entendí una sola palabra de todo lo que me dijo después y lo olvidé con el paso de los años.
Charlotte apuntó con sus ojos. -¿Que fue lo que te dijo?-
Guardé silencio. Tomé mi tiempo para pensar mejor cada palabra. La luna brillaba en el cielo y se veía hermosa, en medio de las constelaciones esparcidas sobre las nubes de la noche.
-Mi padre tenía malos sueños-
-todos lo tienen- respondió Charlotte con voz dulce
-No entiendes, desde que cumplió 12 empezó a tener toda clase de sueños absolutamente aterradores. <<les juro que no son normales>> -Charlotte se sentó frente a mí- primero fue uno cada semana, después dos por semana y terminó teniendo estos sueños aún sin dormir
Vamos muchachos, es hora de dormir -irrumpió mi Papá desde la puerta-
Entramos, la casa era de dos plantas, con unas largas escaleras y un extenso corredor separando cada cuarto. La madera del suelo rechinaba con los pasos. Ambos nos fuimos a dormir. Charlotte entró en el cuarto de huésped y yo a mí habitación. Cerré la puerta y entré en el baño. Encendí una vela y llené la tina con agua tibia. Busqué en mis gavetas, tomé una caja de cigarrillos, me metí en el agua y encendí uno. Trataba de no cerrar los ojos.
Me levanté y caminé por la 2da avenida de Comayagüela sin detenerme, tenía mi pijama puesta. La luna y las estrellas se secaron y se apagaron paulatinamente. Seguí caminando. Llegué al obelisco. Volví a ver el cielo y las estrellas cayeron alrededor de mí. La luna se encendió más que ella misma y se tragó el sol. Una voz sobre mi hombro sopló algo con su boca pero no podía escuchar lo que susurraba. De pronto los arboles murmuraban lo mismo, pero no podía entenderlos. El rio produjo un gran estruendo y de pronto se vino sobre mí una enorme ola de agua y me sepultó abajo de ella.
Desperté dentro de la tina, me estaba ahogando. Salté sacudiendo mi cabeza fuera del agua, restregué mis manos sobre mi cara y decidí salir del agua. Me repetía mil veces en mi cabeza que solo había sido un sueño. Traté de ignorarlo y me fui a la cama.
Me recosté viendo fijamente el techo de mi cuarto. Era oscuro por la fala de luz. Al lado derecho de mí se colaba una ráfaga de viento que se renovaba con las corrientes de aire afuera en la madrugada. Sentía que mis ojos iban a caer como dos canicas, mis parpados como costales de arena espesa y mojada. La cobija sobre el colchón estaba fría. Con todo aunque quería dormir no me atrevía a permitirlo. No quería soñar. No quería entender mis sueños y ni siquiera estaba seguro si ellos podían ser entendidos.
Cerré los ojos y los apreté con fuerza, supliqué me dejaran dormir unas cuantas horas o me volvería loco.
Jalé la cobija y me enrollé en ella hasta el hombro. Me quedé dormido.
-Papá, ¿Qué tienes?- Exclamé
Tenía una botella de tatascan en la mano. Su camisa medio abotonada y la barba de una semana. Su cabello estaba todavía mas lleno de canas. Prácticamente tirado sobre su silla de madera con el fino acabado. Quería ver más. Me paré de puntillas frente la puerta de su oficina, traté de mantener la vista a través del cristal. Y me estaba haciendo más pequeño, me encogía. Papá abrió la puerta, tenía su cinturón en la mano. Se paró frente a mí.
-Guillermo, te dije que no me molestes cuando estoy ocupado- Exclamó
Pensé lo que le contestaría. Pero no podía hablar por culpa del miedo. Papá levantó el cinturón y lo estiró, hizo una curva con su brazo y lo dejó ir sobre mí. El cinturón me estremeció. Cuando me golpeó me deshice en polvo. Quedé apilado en un cuarto oscuro. Todo negro a mí alrededor. Volví a formarme en el niño de 7 años. La pintura negra de las paredes comenzó a despellejarse hasta caer toda sobre el suelo. Ahora era un vacío blanco. Sin nada ni nadie. Se me ocurrió caminar en línea recta. Sentí como pasaban las horas que se volvieron días y luego años hasta que volví a crecer. No dormía, no comía y no tenía la necesidad de parar a descansar. Arrastraba los pies con cada paso que daba, con la cabeza abajo, viendo mis zapatos sucios. Con los cordones desamarrados, El acetato de las puntas deshecho. Escuché risas atrás de mí.
-"Guillermo"- exclamaron
Giré a mi espalda y me vi otra vez de siete. Sentado en el suelo con las piernas cruzadas y con los codos sobre las rodillas que a su vez sostenían su barbilla que técnicamente era mi barbilla.
-No tengas miedo, soy tú- dijo- sonreí
-¿Porque me sigues?- Respondí
Guillermito se paró. -La vida está llena de secretos, y supongo que si se revelarán a cualquiera, el mundo se volvería loco. ¿Recuerdas esas palabras?- preguntó
-Papá- respondí- . Me agaché, amarré los cordones.   -Tengo que irme- exclamé arrodillado frente a el yo de siete.
-Cuidado con la puerta- Respondió
Me paré, di la vuelta y todo era blanco. Di unos cuantos pasos -¿Qué puerta?- pensé. Parpadeé y al volver a abrir los ojos mi nariz golpeó contra una puerta verde. Caí sobre mi trasero y dolió. Mi nariz comenzó a sangrar. No podía detener la hemorragia y tampoco podía quedarme ahí. Así que me puse de pie y abrí esa puerta verde y entré en ella.
Comencé a caer en un vacío oscuro. Mi estomago sentía que estaba cayendo pero no encontraba el fondo. Agitaba mis brazos y piernas desenfrenadamente y solté un grito tratando que alguien me escuchara. Era un vacío y estaba solo en el.
El tiempo se detuvo y mis brazos y piernas comenzaron a doler hasta el punto que ya no las pude mover. Cerré los ojos con fuerza y cuando los abrí estaba apretado. Con una soga alrededor de mí. Metido en un hoyo cavado en tierra mojada. Podía ver las estrellas brillando. El aire era pesado y me costaba retenerlo. Podía ver los gusanos entrar y salir en las paredes de tierra a mis lados. Quise gritar, mis labios los habían cocido con hilo, no sentía la lengua y ni siquiera recordaba cómo hacerlo. Vi una pala a un lado del agujero.  Un hombre la sostenía, no alcanzaba a ver quién era. Se agachó y comenzó a arrojar arena sobre mí hasta terminar sepultado. Cada palada dolía más que la otra.  El hombre terminó su labor y me dejó enterrado. Aún respiraba. Estaba empapado en sudor. Cerré los ojos con fuerza tratando de aparecer en otro lugar pero fue imposible. En ese momento pensé en lo mucho que quería a mi padre y cuanto amaba a mi madre, pensé en Charlotte y me despedí de ellos en mi funeral que celebré en mi mente. Callé mi mente y me quedé ahí sin nada más que hacer, solo aceptar que moriría. El aire se hizo cada vez más escaso. Me ahogaba en cada inhalar y exhalar…
Charlotte sacudió mi hombro y desperté de mi sueño.
-mírate como estás- exclamó- saltó sobre mí por el otro lado de la habitación y fue corriendo al baño, mojó un paño y me lo restregó en la frente.
-parecía que te estabas muriendo-
Recosté mi espalda contra el respaldar de la cama –y yo sentía que estaba muriendo- respondí.     – ¿qué hora es?-
-hora de despertar- respondió Charlotte- hay mucho que hacer
Sonreí. Me dio un beso y salió enrollada en su bata para dormir.
Corrí buscando a papá. Bajé las escaleras y lo encontré sentado en su silla de madera con su acabado favorito, lo vi atreves de el cristal de la puerta, cerré el puño y llamé a la puerta.
Papá respondió desde adentro.  –Hijo, pasa-
Entré con la pregunta tajante -¿hay algo que debería saber?, ¿cargamos con el peso de algún secreto papá?
Su piel se decoloró y las canas le subieron a la cabeza. –Siéntate- exclamó.
Se puso de pie, fue por un vaso y vertió tequila en el. Se acercó a la puerta, la cero con el cuidado de no llamar la atención y comenzó a hablar.
-cuando tenía tu edad, sufrí de ciertos problemas que según expertos eran asociados con demencia y insuficiencia para poder controlar la capacidad del poder imaginativo… -guardó silencio- mi papá dijo que me había golpeado muy duro la cabeza cuando era niño.
-tenias sueños verdad- comenté
-toda clase de sueños- respondió- y en la mayoría yo moría, primero era uno por semana, después dos, tres y por último se hicieron tan constantes que dormir era una tortura más que un placer y una necesidad. El último sueño que tuve se repetía todas las noches y me estaba volviendo loco. Le suplicaba a Dios me perdonara mis pecados pero nunca respondió. Intenté comunicarme con el Demonio pero al final tuve miedo y me arrepentí. El mismo sueño me explicó su origen y fue cuando entendí todo.
Mi corazón comenzó la latir tan fuerte que dolía y hasta parecía que iba a reventar de mi pecho.
-¿dejaste de dormir?
-solo dejé de soñar, pero ahora no puedo dormir desde ese último sueño y cada vez que pienso en eso, se me quita el sueño pero sé que lo que estoy haciendo es lo mejor. Así ha sido mi vida estos últimos 47 años- se recostó a un lado de mi oreja derecha- ¿quieres esperar a ese último sueño, o te ahorraras tiempo?...
El general se fue a cumplir su labor como presidente, supervisar la construcción del estadio y firmar papeles importantes, rechazar las llamadas del canciller de los estados unidos y dar más ordenes a las fuerzas armadas.
Me quedé tirado en mi cama el resto de la mañana pensando en lo que papá me había dicho. Salí por la tarde al café de parís con Charlotte, luego entramos a la función de las 4:30 en el teatro Variedades, vimos Frankenstein y volvimos para la cena. Charlotte habló de sus planes para la boda y de cuantos bebes nos permitiríamos tener. Luego todos nos fuimos para nuestras habitaciones y la mayoría menos papá y yo dormíamos. El estaba metido en su oficina. Encendí una candela y bajé sin hacer el mayor escándalo posible, la madera del suelo rechinaba con mis pasos. Pasé frente al vidrio en la puerta de la oficina de papá. El sabía que no podría soportar. Salí de la casa y caminé al jardín trasero. Atrás de los girasoles dormidos saqué un saco que yo mismo había escondido horas antes, me lo colgué del hombro, me subí en la bicicleta vieja que me habían regalado mis padres por mi decimo séptimo cumpleaños y salí a la calle sola y oscura de la madrugada.
Me dolían los muslos por pedalear con tanta fuerza, iba lo más rápido que podía, casi me estrello con un perro que se me cruzó en el camino. Pero al fin había llegado. Abrí el saco y saqué una pala. Comencé a cavar y cavar, tierra y más tierra. Lo hacía lo más rápido que podía. Mi camisa estaba empapada de sudor, mi cabello despeinado y mis uñas llegas de tierra negra y húmeda. Cavé un hueco de unos cuatro metros de profundidad. Encontré una capsula plata. Era pequeña, como un pequeño cofre que podía sostener con ambas manos. Subí al parque, el obelisco estaba pendiendo en la orilla del hoyo que había cavado, en el punto de no venirse abajo pero tampoco poder asegurar si se mantendría de pie.
Busqué en mis bolsillos una pequeña llave que papá me había entregado, la metí en el orificio de la capsula y luego la giré y esta se abrió. Mi corazón se detuvo. Todo a mí alrededor se volvió oscuro como en las tinieblas. En su interior la capsula guardaba una hoja de papel enrollada como pergamino. La saqué y puse a un lado la capsula. Extendí la hoja y comencé a leer.
Cuando cumplí 11 comencé a tener sueños espantosos de vez en cuando, pero no le tomé importancia. Al pasar los años mi problema se fue agravando hasta el punto que no podía soportar dormir. Mis padres y mis amigos me tildaron de loco. Y creo que me estaba volviendo loco. Una noche, tenía un fuerte dolor de cabeza, no quería permitirme siquiera cabecear pero terminé durmiéndome. Ahí fue cuando mis sueños fueron explicados. Después de eso, no eh podido dormir pensando en todo lo que vi así que decidí escribirlo y enterrarlo bajo tierra para sacarlo de mi mente y no atormentar a alguien más. Espero funcione.
Aparecí en un lugar detestable, mi piel se erizaba. Caminé por las calles que juraba conocía de toda una vida pero se veían diferentes. Las personas que caminaban por esas calles eran diferentes. En muchas de ellas pude ver odio, egoísmo, ambición y miedo. Corrían en lugar de caminar. Quise buscar mi casa, y mientras caminaba noté que dos hombres caminaban muy cerca de mí. Parecía que me estaban siguiendo. Giré en dirección a la iglesia los dolores. Aquellos dos hombres apresuraron el paso y me sujetaron de los hombros. Tenía miedo. Dijeron algo pero no podía escuchar lo que me pedían, se desesperaron. Uno de ellos sacó un puñal y lo vio fijamente, levantó la mirada y la cruzó con el segundo hombre. El segundo hombre hizo lo mismo. Y juntos me sujetaron con una mano de los hombros, se balancearon y clavaron sus cuchillos en mi cadera. Lo sacaron, sonrieron y repitieron varias veces. Gritaba por ayuda. Unos corrían, otros se quedaban parados viendo, muertos en carcajadas. Dos policías se acercaron. Uno de ellos preguntó algo, yo no pude escuchar, el primer hombre sacó un billete de su bolsa y se lo entregó a los policías, ellos siguieron su camino y fingieron que no habían visto nada. Me arrojaron encima de una pila de bolsas. El olor era pésimo. Intenté levantarme, dolía mucho, con gran esfuerzo me sujeté sobre una bolsa frente a mí y la rompí. Cuando vi que era un cuerpo despedazado mi corazón se detuvo. Vomité del asco. Tuve que arrastrarme. No llegué más allá de dos esquinas. Un hombre se tropezó con mi cuerpo moribundo y dejó caer su periódico a un lado mío. Se levantó, se sacudió y se fue como si nada. Pude leer su portada y sentí aun más miedo. Era horrible ese lugar donde estaba, corrupción de políticos de esos que tanto odiaba, pobreza extrema, desigualdad, violencia. Trataba de entender a esas personas que seguían caminando como si nada. Aceptando que les habían robado todo su dinero, aceptando a esos mismos hombres arriba, aceptando el cumplimiento de las señales del día del juicio y simplemente siguiendo la vida así como así, sin cambiar nada, sin hacer nada. Intenté ponerme de pie pero me fue imposible… esta vez moriría en un mundo tan despiadado. Cerré los ojos con fuerza y supliqué no estar ahí. Desperté en mi habitación y había entendido todo.
Metí el papel en la capsula y la cerré. Me di la vuelta para recoger la pala y volver a enterrar la capsula. Me temblaban las manos. Cuando giré el agujero frente al obelisco había desaparecido tal como si nadie nunca hubiera cavado. Como pude regresé a casa y me paré frente a la puerta de papá. Las lágrimas se escurrían por mis mejillas. Papá abrió la puerta y me amarró con un abrazo.
-hijo mío, es nuestro futuro. Entendí eso el día que llegué al poder y comencé a hacer lo mismo que todos.
-pero nosotros tenemos la oportunidad de cambiarlo- respondí alarmado- hay que decirles a todos.
Papá agachó la mirada. –Solo no podemos- respondió  -solo hay que seguir haciendo las mismas cosas y aceptarlo como todos los demás que estaban ahí. No podemos nosotros solos y a nadie más le interesa, nadie más que tu y yo lo sabemos- finalizó
La sangre se quedó estancada en el mismo punto de mis venas por el resto de mi vida. Después de eso ya no tuve más sueños, pero no quería dormir pensando en ese futuro que simplemente se había resignado a esperar.


Fin.                                                                        Fabricio Zepeda