UNA NOCHE A MITAD DE LA SEMANA:
Las sombras me persiguen.
Avasallantes.
Están gritándome, lanzando exclamaciones bulliciosas que no puedo comprender, chocan en mi cabeza, se desvanecen al tacto.
La noche está aplastándome, los velos de luz ambarina me salvan en cada esquina, pelean con la oscuridad que casi se apodera de mi alma.
Todas esas bocas largas y abiertas no dicen nada, sus lenguas de fuera se han convertido en tapetes, no susurran, no suspiran, no se desgarran sus gargantas, sus voces permanecen flotando como moscas dentro de sus pechos. Y yo sigo pateando piedras sucias en la calle. En el frío. En la humedad.
Todos esos cuerpos sin mente caminan a mi lado, sus corazones palpitan, zumban, pero eso no quiere decir que estén vivos, no del todo. Cada quien está tan concentrado en su camino, que no tienen tiempo para desviarse por otro, para descansar de toda esa tensión que martillea en sus cabezas, sus mediocres relojes los regañan, les exigen respetar las manecillas.
¿Y para qué?
Si mañana todos nos quedaremos sin pila.
Si mañana todos vamos a descomponernos.
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